Thursday, December 24, 2015

El arte del papel plegado.

Quien sea que pueda asegurar que toda promesa que hizo la cumplió, nunca  se la jugó,  y a mi entender pierde un poco de mi confianza. Porque las promesas son reflejos de un momento, de una convicción, y es lo más natural para nuestras convicciones ir plegándose todo el tiempo, tomando nuevas formas. Así es como al final terminamos llevando con nosotros un origami y no nos queda otra que cuidar que no se nos vaya volando con el viento, sino después nos acusan de volados a nosotros.

Fue asi como a mi figurita de papel un viernes a la mañana  tuve que perseguirla hasta la estación de subte de Annibaliano en Roma, hacían muy pocas horas que había llegado a la ciudad y como era mi primera visita no podía evitar sentirme fuera de clima, observaba con un detenimiento casi morboso a todas las grullas, barquitos y flores que estaban frenéticos por subirse a la primera formación de trenes que llegase. Los muñecos, por supuesto, me devolvían la cortesía, algunos con la misma curiosidad que yo implícitamente les proyectaba, otros con  algún alarido me invitaban bruscamente a que me moviese y los dejase pasar a la escalera mecánica (dicho sea de paso, los argentinos tenemos la arguible costumbre de bloquear las escaleras mecánicas, y aunque mantengo múltiples teorías relacionadas con la buena salud de esta práctica, prefiero dejarlas para una próxima oportunidad.)

Una vez que pude ingresar a uno de los vagones, abusando del reducido espacio que podía utilizar, saque un librito y empecé a apuntar los hitos que iban a formar parte de mi tour ese día, aunque por encima de las páginas me resultaba irrefrenablemente tentador continuar el análisis sobre los actuantes del paisaje: mujer yendo a la oficina, turista chino, turista chino, turista chino, Lucía Dordoni, turista chino… ¿Lucía Dordoni?, empecé a sentir que se me arrugaban las esquinas.

Lo más usual cuando uno encuentra una persona fuera del entorno que le atribuimos es cuestionarse la identidad de la figura a la que le otorgamos, en este caso, toda la personalidad de Lucía Dordoni. Tras haber esclarecido esta duda, poco disimuladamente busco mi celular con el fin de recavar toda la información sobre ella y su presunta estadía en la capital italiana, no solo reconfirmo que no se trataba de una ilusión óptica y que tenía frente a mi a la elegida como la más linda de quinto año del colegio Héroes de Malvinas en el año 2007, la misma que había desplazado a Caro Tagliapietra a pesar de  que su condición de repetidora la hiciera meritoria de ese título en las dos ediciones anteriores, también me había enviado un mensaje preguntándome donde me alojaba.

Reconozco que es normal en todos los turistas sentirnos un poco más liberados en tierras foráneas, es por esto que muchos utilizan sus viajes para motivos tan diversos como creerse Marco Polo, realizar bizarras proezas sexuales o intentar camuflarse entre los locales, después de todo no fue menos que San Agustín quien sugirió que en el curso por Roma debe hacerse lo que los romanos hacen. Así fue que a pesar de llevar años sin hablar con ella sacudí mi mano realizando un ademán de saludo y con una voz enérgica y amigable dije: “-¿¡Luchi, sos vos!?”.  

Lucía me miró por encima de sus lentes, a los pocos segundos una sonrisa cortés se dibujó en su rostro. Siempre me pregunté si ella se había enterado de que el resultado de  aquel concurso de belleza en el secundario no había sido más que un mero artificio mío, en ese tiempo yo estaba desesperado por cortejarla de la forma que fuese, así que durante el recuento cambié todos los papelitos de la urna para que la mayoría llevasen escrito su nombre, dejando los verdaderos doblados al fondo. Confieso que jamás revisé quien fue la verdadera ganadora, ya me encontraba bastante ofuscado al notar que mis esfuerzos no sirvieron para nada más que valerme toda una nueva nómina de competidores en busca de la atención de ella, definitivamente nada bueno sucede cuando uno tuerce los papeles de otro.

Charlamos durante varias estaciones, sobre las aerolíneas, Gualeguaychú, los europeos, bandas de rock y otros temas que no merecen ser detallados. Hasta que llegando a Piramide me contó que había venido a Roma a probar suerte como actriz, al parecer en Buenos Aires no tenía mucho éxito debido a que allá buscaban a las candidatas más “muñequitas”, tal como ella las definió, “- Las hacen dar vueltas de todos lados, pero no lo resisten, son frágiles.”, añadió, luego manifestó después de un suspiro prolongado “- Era todo más fácil cuando éramos chicos,¿sabés?, hasta mirá…nunca te lo dije, pero de chica me gustabas, de verdad, el tema es que después de quinto año de repente todos los chicos me empezaron a tratar como una diosa, y bueno, ahora me toca ser una diva italiana, cosa pensi?”

Ya que estaba tan lejos de mi ciudad pensé en dejarme llevar por esa pasión del turista y animarme, jugármela, confesarle mi verdad aprovechando esta atmósfera sincera: “-La verdad es que hoy es un día de casualidades, si es que existen, yo también sentía montones de cosas por vos, ¡montones!, tanto que en aquel bendito día de la primavera, aquel en el que la Tagliapietra se puso a llorar porque perdió, antes de que empiece el recuento puse en la urna boletas con tu nombre para que salgas vos, ¿no es sorprendente que vos también lo recuerdes?”  


Lucía me miró con los ojos más redondos que haya visto en mi vida, ninguna de sus facciones parecía tener movilidad en esa expresión, parecía una hoja en blanco, o quizá algo más rígido, algo que no pudiese fruncirse o ablandarse. Sacó una tijera de su bolso con hojas tan largas que hasta parecían tener mayor diámetro que la cartera donde las llevaba, las  apunto hacia su vientre y a pesar del viento que  hacía que su cuerpo corriera el riesgo de volarse por las ventanillas procedió a ejecutarse cortes desparejos sobre su superficie, uno detrás del otro formando figuras asimétricas que caían sobre el suelo desperdigadas, en su rostro acompañada  por una mueca de dolor mantenía su vista fija hacia mi hasta que la puerta se abrió en la última estación llevándose todos sus recortes .

Wednesday, December 2, 2015

Notas de papel indecisas


-Cuando no tengas más de qué hablar, pibe, escribí.- me dijo alguna vez un profesor de literatura. No se bien por qué me hizo el comentario. Habrá sido que me vio muy charlatán, o el libro que llevaba bajo el brazo, o quizás por ser el único en un curso de cuarenta adolescentes pasados de calentura y estupideces que alguna vez le pidió una devolución seria de un cuento. Mucha gente habla de que la secundaria es el mejor momento de su vida, claro que eso es porque siguen ahí. Yo me corté. Solo, no por peleas ni nada grave. A veces mantengo contacto con alguno, las redes sociales hacen todo más fácil estos días. A los que borré por completo ya ni los recuerdo. De lo que sí me acuerdo es de esa frase.

Carlos era un profesor con pinta de borracho y un aroma a whisky barato que hacía juego con el look. Cuando te le acercabas sentías como si se hubiese echado una petaca de Criadores encima, pero en ese entonces parecía algo normal, porque cada tanto te escupía palabras como esas. El problema fue que un día mandó a un chico a la mierda por escribir con faltas de ortografía, vino la madre, sintó el olor a licor que el profesor manaba descaradamente y lo hizo echar en un segundo. Capaz si se hubiese sobrepasado con alguna de las chicas hubiese sido una salida más interesante. Si, es algo horrible que decir con tanta nena muerta o secuestrada por ahí, pero sirve para la anécdota. Después del incidente no lo vi más, pero me quedé con la frase celebre, el epitafio de nuestro tiempo como maestro y alumno. Desde ese momento llevo un cuaderno y un lápiz encima todo el tiempo. Cada vez que tengo que callarme, sea por voluntad propia o algún problema externo, anoto todo en papel. Cada pregunta pelotuda, cada respuesta inteligente, cada comentario insípido; los pongo todo en negro sobre blanco.

Mi no...la chica con la que salgo tiene problemas con esto. En realidad pasan otras cosas pero, según ella, uso las notas como válvula de escape. Pasa que ella quiere el titulo de propietaria, vacaciones de pareja, hasta mudarnos juntos, pero a mi me cuesta. Tenemos la misma pelea semana por medio. Ella me dice que no entiende cómo si llevamos casi un año de vernos, ya cinco de conocernos. -¿Qué Somos?- me preguntó el otro día, pregunta de mierda si las hay. Anoté algo rápido en un papel que tenía a mano y le dije -Nada-. No se para qué le contesté así. Veníamos discutiendo normalmente y de ahí todo se potenció al punto en que tuve que llevarla a su casa. Todo un viaje en auto a los gritos, ella llorando entre puteadas y cuando se bajó le dio un golpe tal a la puerta que me sorprendió que de la fuerza no rompiera el vidrio.

Vivimos a diez minutos de distancia, pero me tomé una hora y media para volver a mi casa. No podía más con lo que estábamos haciendo, pero tampoco puedo darle lo que quiere. Sigo incapaz de hacerlo. Ya habían pasado tres días desde que hablamos por última vez. Al principio ella cedía y llamaba primero, a solo instantes del conflicto. Ahora casi se revirtieron los papeles. Me muero por hablar con ella. Quisiera levantar el teléfono para escucharla. No cuesta nada, solo apretar un botón del celular, pero hay algo que me detiene. Siempre que me atasqué en cosas sentimentales, me puse a escribir. A veces más, a veces menos, pero algo sacaba. Esa vez fue es diferente. Me senté tres horas frente a una pantalla en blanco y nada. No se me cruzó una idea por la cabeza, ni la más usada del mundo. Tenía que resolver algo, pero no sabía qué.

No hay que ser un genio para saber que tengo cicatrices que no cerraron ni con kilos de sal encima. Pensé que con ella -no hay necesidad de ponerle nombre y apellido- todo iba a caer por su propio peso, pero no fue así. Tampoco sé cuándo se va a solucionar todo. Ya me han dicho varios conocidos, y otros que no tanto, que necesito terapia. Lo que pasa es que no creo en los psicólogos, me parece que matan la creatividad y sin eso no puedo vivir. Si puedo hacerlo sin ella también está por verse.
Se cumplió el cuarto día de separación y le mandé un mensaje. Sin respuesta. Lo vio. Por la última conexión se que lo vio, pero seguía dolida. Eran las nueve de la noche y no podía más. Ya estaba todo dado, me la iba a jugar. Busqué papeles en mi casa, todas las notitas con lo que no le pude decir en vivo, lo que dejé enterrado en el papel. Agarré una caja de algo que me había regalado y las metí todas ahí. Había muchas palabras sueltas, todo apuntaba a darle lo que estaba buscando. Bajé del departamento, me subí al auto y salí apurado para su casa. Llegué en cinco minutos, dejé el coche donde no debía (como si fuese una película, como si no importase nada más) y le toqué timbre.

-¿Hola?- preguntó por el portero. -Soy yo. ¿Me abrís? Quiero hablar- le respondí. -No. Yo bajo- me contestó en un tono dulce pero triste. Fueron segundos interminables, como toda espera. Estaba en pijama cuando bajó, pero no por eso menos cautivadora, todo lo contrario. Ella abrió la puerta sin mirarme a los ojos y me preguntó qué quería. Como un nene lleno de vergüenza, no dije ni una palabra y le di la caja. -¿Y esto?- me preguntó con un deje de desdén. Le dije que eran respuestas, que quizás ahí iba a encontrar lo que quería de mi. Cuando vio las notas se le humedecieron los ojos, dándole un brillo alucinante a sus ojos verdes. Estaba sonriendo, pero la expresión le duró poco. -Decímelo- me ordenó. -¿Decirte qué?- le respondí. -Todo lo que está acá en los papeles, decímelo ahora.- Y con solo ese comentario me paralicé. No podía moverme, mucho menos hablar de eso.

Me temblaban las manos, parpadeaba como loco, tragaba saliva como un enfermo y otros tics más que no esperaba en ese momento de valentía. Se notaba que no podía decir nada importante. Tenía una frustración imposible de sanear, tanto ella como yo. Y así como fui, me volví. Yo no dije nada, ella me tiró la caja por la cabeza, yo me fui al coche y volví a mi casa. Al final pude escribir, todo lo que no pude hablar ni lo que no puedo contarle a nadie. La verdad es que, al día de hoy, no puedo romper esas cadenas. Tomé todos los consejos que me dijeron y sigo en la misma. Quiero dar el paso hacia adelante, quiero avanzar, pero no puedo. Siempre digo que cuando estoy solo, estoy mal acompañado. Se ve que es verdad, mas aún que no consigo otra compañía. Cada vez que me acerco cambio de dirección. No voy hacia adelante, doy pasos al costado. Me gustaría mentir y cerrar con un final feliz, pero ni soy de esas personas, ni esta es de esas historias. No sirvo para hablar de segundas oportunidades, solo de chances perdidas.  

Wednesday, July 29, 2015

Viaje de ida

Me levanté con miedo. Hacía mucho que no me pasaba pero hoy fue así. No entendía muy bien por qué. Tal vez eran las paredes gastadas, los cuadros con fotos de otra gente, las cortinas coloridas y de mal gusto, el inmenso desorden o la chica recostada al lado mío. Despertar en casa ajena se siente raro siempre. Estaba soleado. Calculé que debían ser entre las diez y media y las once. Eran once menos cuarto. Desde chico tuve el talento inútil de adivinar qué hora es con solo ver el cielo. Lo que no recordaba bien era cómo llegué a esta casa.
Me asomé a la ventana y vi mi coche estacionado en la vereda de enfrente. El departamento estaba sobre Independencia, casi llegando a Av. Jujuy. Fui al baño para despabilarme un poco. Después volví a la habitación y empecé a agarrar mis cosas mientras la chica se despertaba. Era morocha, petisa y muy linda. Tenía buenas tetas y por las fotos en la pieza se notaba que le gustaba hacer alarde de ellas. La flaca tenía varios años más que yo, pero al parecer a ninguno le importó. Tenía entendido que era amiga de mi hermana o de mi prima. Esas dos tienen los grupos tan mezclados que es imposible acordarse cuál pertenece a cuál. -¿Ya te vas?- Me preguntó mientras yo me ponía el pantalón. –Si, ahora me tengo que ir a hacer algo.- Le respondí medio cabizbajo. –Es sábado a la mañana. ¿Tanto tenes que hacer que no podemos ni tomar un mate?- Me retrucó entre un bostezo.  Yo cada vez me vestía mas rápido y no me daba la cabeza para inventar algo convincente. Decir la verdad no era la mejor opción (nunca lo es) pero no quedaba otra. –No, mira, pasa que mi novia vuelve de Madrid a las doce y tengo que ir a Ezeiza a buscarla.- La flaca se despertó de repente. No me miro mal, pero tampoco bien. –Ah, no sabía. Euge no me había dicho nada.- Me respondió. La morocha resultó ser amiga de mi hermana. Mi novia de entrada le cayó para el culo a Eugenia y ella está cada dos por tres intentando engancharme a alguna de sus amigas. Estos meses que Clari estuvo estudiando en España, le puso mucho mas empeño al asunto. Casi tres meses comportándome como un señor y justo la vengo a cagar mientras Clara está camino a Buenos Aires.
La flaca (cuyo nombre no podía recordar) se vistió y bajó a abrirme. Se la veía enojada pero indiferente hacia mí. Seguro la bronca era con mi hermana. Yo también debía ser un hijo de puta, pero era un mal menor en comparación. Salí del edificio y subí al auto lo más rápido que pude. Salí derecho hasta pasar Av. San Juan y agarrar la subida a la autopista. Ya eran once y diez. El vuelo llegaba en cuarenta minutos y yo había tomado una carretera vacía. Ya en ruta, los recuerdos de la noche anterior surgían de a poco. Llegar temprano al bar, saludar a mi hermana, e inconscientemente dejarla darme trago tras trago, hasta que el vaso de cerveza vino acompañado de una chica de ojos verdes con claras intenciones y ningún conocimiento de mi situación amorosa actual. Era como si mi hermana la hubiese estado prostituyendo a esta chica (¡MARINA! ¡SE LLAMA MARINA!). Luego salir del bar a las dos y llevarla a Marina a la casa. Después creo vino el primer beso y de ahí hasta la mañana siguiente todo se vuelve borroso. Me quedó muy presente su perfume, eso si.
Es increíble como todo se puede ir a la mierda en un segundo. Una mala respuesta, un paso en falso, un trago de mas, un beso, una mentira mal hecha; tan solo cuesta eso. Llegué al aeropuerto quince minutos antes que el vuelo llegara. Seguía muy nervioso, nunca le había podido mentir a Clara, aunque no por falta de práctica. Ella tiene olfato para el chamuyo, hasta en las cosas mas mínimas.
El vuelo llegó en horario y a mi me carcomían los nervios. No podía mas, le iba a tener que contar porque seguro con ella se me iba a escapar en algún otro momento, o ella iba a preguntarme qué me pasaba hasta sacarme una confesión. Salía gente a mansalva con valijas por la puerta. Algunos puteando porque la aduana les hizo pagar cualquier cosa por lo que trajeron de afuera. Otros relajados porque seguramente ni les revisaron el equipaje. De pronto, ahí estaba, entre una pareja de viejos que caminaba a dos por hora y una familia con dos nenes insoportables. Ni Twitter, ni Facebook, ni Skype, ni Whatsapp te pueden dar una imagen tan precisa como la del vivo. El encuentro cara a cara fue de otro planeta. Ella estaba increíble. Se cortó el pelo antes de venir y ahora le llegaba hasta la altura de los hombros. Se había producido un poco en el avión, pero no demasiado, como si quisiese que eso pasase desapercibido. Se acercó rápido con la valija a cuestas y me dio un beso. Extrañaba demasiado el gusto de su boca, no me había dado cuenta hasta ahora cuanto me hacía falta.
Igual había algo raro. El gusto no era el mismo que antes. Si, era mejor por la espera, pero aún así había algo extraño. Le sentí un sabor ahumado, como a cigarrillo. Nos separamos, le pregunté cómo había sido el viaje, cómo estaba, esas boludeces que preguntas cuando hace mucho no ves a alguien. Pero me seguía quedando la duda. Paré y la volví a besar. Su lengua parecía un cigarro armado. Era casi imposible porque Clara odia a los fumadores. Es mas, me hizo dejar cuando empezamos a salir. Le pregunté si había empezado a fumar, solo para estar seguro, pero se me cagó de risa por preguntarle tal pelotudes justo a ella.
Llegamos al auto y mientras estaba subiendo el bolso al baúl a ella le sonó el celular. Calculé que debía se la madre o la hermana para ver si llegó bien. Pero no. De pronto (pienso que sin querer) se reprodujo desde su celular un audio de Whatsapp. Del parlante del celular se escuchaba la voz de un gallego. El tipo hablaba de lo bien que la había pasado en el avión, de cómo necesitaba volverla a ver, y que la bombacha se la iba a devolver en su próximo encuentro. Clara, con la culpa de un asesino arrepentido, tiró el celular al piso, destrozándolo contra el asfalto, quizás con la esperanza de que el golpe borrara lo ya escuchado.
Me quedé helado. No solo venía haciendo buena letra los últimos meses, sino que también este hijo de puta la sigue hasta Argentina. ¡Y para colmo era un ladrón! Ya me los podía imaginar comiendo en un barcito madrileño, tomando vino de Navarra, fumando porro permitido todos los días. Y yo como un pelotudo alegrándome por tener quince minutos para verla por Skype. Ella se puso a llorar. Paso seguido me explicó que al tipo este lo había conocido en el intercambio, y que encima ahora había venido a Buenos Aires a hacer la misma experiencia. Que estuvieron viéndose dos meses, pero nada mas (nótese que la señorita dijo “nada mas”, como si un a semana, tres meses o un año hicieran la diferencia en este caso).
Todavía entre llantos, me dijo que lo que tuvo con él no significó nada, que fue un error, que en el extranjero se sentía sola y que no pudo con su alma, que pensó que yo andaba con otra, que me amaba a mí, que nunca mas lo iba a ver al pibe este, en fin, los mil y un versos que aparecen cuando te descubren metiéndole los cuernos a alguien.
Yo seguía inerte. Clara se acercó y me intentó dar un beso. –Para un toque. Vos te vas a la loma del culo a la izquierda por tres meses. ¿Dos de esos tres meses te la pasas cogiendo con un español mientras yo estoy acá como un mono esperando a que me mandes un mensajito? ¡¿VOS ESTAS EN PEDO, NENA?!- Con la voz mas quebrada aun ella me interrumpía –No, para, hablemos. Perdoname, por favor perdoname y hablemos.- Parecía el GPS cuando te salís de ruta. – ¿Pero de qué mierda queres hablar?- Respondí. –De nosotros. Quiero que hablemos sobre qué vamos a hacer.- Devolvió ella. -¿Qué vamos a hacer? ¡NADA VAMOS A HACER, CLARA! Yo me voy. Vos no se, fijate. Si queres, anda al puesto de Aerolineas y comprate un pasaje ¡HASTA LA CONCHA DE TU HERMANA!-
Solté la valija y esta cayó al piso. Clara seguía llorando, tratando de hacerme recapacitar (vaya uno a saber qué, si la que tenía que pensar era ella). Me subí al auto y salí del estacionamiento a una velocidad criminal. Ya más cerca del centro empecé a bajar la velocidad. Estaba  muy caliente, pero a la vez, me sentía libre de culpa. Un solo día no era nada contra meses de engaño, y de alguna manera casi estábamos a mano. Debo ser medio hipócrita, por montar tal escena por algo que yo mismo había hecho hace pocas horas. Pasa que en estas situaciones siempre gana el más informado y el menos expuesto.
Bajé de la autopista a la altura de Callao y seguí por la avenida hasta Independencia. Manejé unas cuadras más hasta que estacioné en frente de una panadería, en el mismo lugar donde había dejado el auto anoche. Salí del coche y crucé hasta llegar a la puerta del edificio. No me acordaba cuál era el departamento ni el piso donde vivía Marina. Le pedí su teléfono a mi hermana para ubicarla, a ver si podía solucionar el malentendido de hace unas horas. Al final no me tendría que haber ido nunca. Uno quiere ser civilizado, pero a fin de cuentas somos todos animales.  

Tuesday, June 9, 2015

El último en caer

No había nadie en la calle. Estaba vacía. Vi luces prendidas en las ventanas de algunas casas pero no más que eso. No parecía haber señales de vida en toda la cuadra. Di una vuelta a la manzana y lo mismo: nada. La ausencia de seres humanos, justo un miércoles a las 9 de la mañana, era casi inverosímil. Me paré en la esquina de mi casa a esperar el colectivo. Vivo en un barrio de casas bajas, a siete cuadras de una avenida, y no se veía un alma. Me quedé en la parada unos diez, quince minutos. Quise ver qué pasaba en el celular, entrar a Twitter para encontrar gente conectada en el ciberespacio, pero salí con el aparato sin batería. Lo iba a cargar en la oficina, pero no pensé que esto iba a pasar.
Caminé hasta la avenida y no se veían autos a la redonda, ni de un lado ni del otro. Colectivos menos. Miré al cielo por aviones y tampoco. La ciudad era un desierto. Volví dos cuadras para adentro, para ver si los negocios cerca de mi edificio estaban abiertos. El quiosco siempre abre a las 9, igual que el cerrajero. La quiosquera, Mabel, es una vieja divina, metida, incisiva y desubicada, como cualquier abuela. Cacho, su marido y dueño de la cerrajería, es un gordo forro. Cobra el doble que cualquier cristiano por todos sus trabajos, hasta afana con el precio de sus copias de llaves. Por eso, todos los que lo hemos padecido, vamos a un local a diez cuadras de la zona que nos cobra menos. Igualmente, el gordo se mantiene por dos razones: primero, porque se aprovecha de los giles que nos quedamos encerrados afuera del departamento con la llave adentro. Y segundo, porque de tanto en tanto Mabel nos convence a los vecinos de ir a verlo, cosa no grata pero que aceptamos por cariño a la vieja.
Fui a la puerta de los locales y estaban cerrados. Era imposible, ninguno abre tarde. Medio paranoico grité – ¡Hola! ¡Mabel, ¿está?!- No hubo respuesta. Volví a gritar mientras golpeaba la persiana del quiosco -¡Mabel! ¡Mabel! ¡Mabel!- Pero nadie contestó. No podía ser. Las calles desoladas, ni un solo transporte pasando por la zona, nadie yendo a trabajar ni mucho menos. Solo podía significar una cosa: me había quedado solo en el mundo. Era la única explicación posible. Algo debió haber pasado entre que me fui a dormir y la mañana de hoy que erradicó a la humanidad toda, o al menos la porción que habita en Capital y el Gran Buenos Aires.
No lo podía creer. Me agarró una angustia terrible. Había perdido todo, mi familia, mis amigos, mi novia, mi laburo. Casi me largo a llorar, pero no. No podía. Era el último hombre sobre La Tierra y tenía que descubrir qué carajo le había pasado a la civilización. Era mi deber buscar mas sobrevivientes de la catástrofe. Seguro había sido un virus el que eliminó a nuestra raza, o quizás había llegado el fin del mundo, y me habían dejado abajo. No soy creyente ni mucho menos, pero eso hubiera sido lo peor.
Ya en mi búsqueda por más sobrevivientes, me acerqué de vuelta a la avenida. Caminé sobre la vereda unas 5 cuadras hasta que vi algo insospechado. Había un auto parado en un semáforo en rojo. No pensé que iba a tomarme tan poco tiempo, pero había encontrado a otro elegido. Dos elegidos, de hecho. Una mujer con una nena muy chica, seguramente su hija, esperando a que el semáforo corte dentro de su Gol rojo. Salí corriendo hacia el auto con los brazos en alto. Cuando llegué le golpeé la ventana y le dije -¡No lo puedo creer! ¡Estas viva! ¡Vos también estas viva! Pensé que era el único, pero no. ¡Vos también estas viva!- Mientras yo, lleno de felicidad, trataba de hacerla salir del auto, la mujer se asustó. De pronto gritó despavorida y pisó el acelerador con fuerza. Salió tan rápido que en pocos segundos la perdí de vista. Se ve que no era fácil todo esto. La situación era compleja y quizás los demás no estaban preparados para ver a otro como ellos. Así que caminé en dirección a dónde fue el coche. Iba a buscarla y tratar de ser mas medido para no asustarla.
Mientras iba en busca del Gol rojo me volví a sorprender. Vi un taxi. ¡Un taxi! Estaba yendo despacio sobre la avenida. Ahora estaba un poco más calmado. Así que, para no espantarlo, lo paré. El conductor era un viejo con bigote, medio facho, pero no podía hacerme el exquisito. En estos casos a uno le toca lo que le toca. Me subí y le pedí que siguiera de largo por la avenida que cuando necesitara bajarme le iba a avisar. El tipo prendió el taxímetro, pero calculé que era por costumbre, que no me iba a poder cobrar nada sabiendo cómo estaba la cosa. Me quedé callado, para no levantar sospechas, quise que él comenzara la charla.
Pasaron dos minutos y el tipo me dijo –Está complicado hoy, ¿No, pibe?- Me quedé un segundo y le dije –Si, esta difícil. La falta de gente en la calle me da un poco de cosa.- El hombre respondió casi de inmediato –Claro, estos días son así. Trabajar así es muy jodido.- Me quedé por un minuto. ¿“estos días”? No entiendo nada. ¿Esto había pasado antes? ¿O yo me estaba volviendo loco? O capaz el loco era él. Me despabilé y le dije. –No te entiendo, vos me decís estos días, pero esto no lo viví nunca, no hay nadie en la calle. No se si entendes lo que está pasando. Estamos solos en el mundo, quizás somos lo poco que queda de una civilización extinta. El mundo como lo conocemos está muerto. Y para colmo vos, que deberías acompañarme y tomar cartas en el asunto, te haces el boludo y me prendes el taxímetro como si te fuera a pagar algo. ¡Loco, si no tenes quién te exija la plata, para qué te la voy a dar yo a vos, hijo de puta!
El tachero frenó de golpe y largó una carcajada. Unos segundos después le pregunté que le pasaba y me dijo -¿Pero vos sos mogólico, flaco? ¿Vivís en un termo?- -Como, no te entiendo.- Le respondí. –Si, pibe. Vivís en un termo. ¿No lees las noticias, los diarios, no ves la tele?- Respondí lo mismo que antes, entre ofendido y curioso. –Nene, hoy no hay colectivos. Tampoco hay subte, tren ni nada. A mi me encontraste de pedo, paré porque me diste lastima.- Me comentó y yo me quería morir. Como nadie podía llegar al trabajo, nadie se molestó ni en levantarse. Se me caía la cara de vergüenza, mas por lo de la piba del auto que por lo del tachero facho, pero la situación ya era insostenible. Le pedí que me bajara y le tire 100 pesos para no verlo más. Fui caminando hasta mi casa mientras el viejo se iba cagado de risa.
No podía hacer nada más ese día. Solo podía tirarme a dormir y hacer de cuenta que no había pasado nada. Me levanté al otro día y todo había vuelto a la normalidad. Lo de la mañana anterior ya era un recuerdo. Lo único que no tenía resuelto era lo de Mabel y Cacho, que para ese entonces seguían con la persiana baja. Alguien que me encontré del barrio me contó que al parecer al viejo le agarró un pico de presión y la quedó el miércoles a la madrugada. Era por eso que no habían abierto. Y bueno, habré quedado como un tarado, pero aunque sea me saqué un forro de encima.   

Sunday, May 17, 2015

El delincuente perezoso

Salí del médico a las cuatro de la tarde del sábado y encaré directo para mi casa.  Fui caminando. Como el consultorio está a diez cuadras preferí no llevar el auto: caminar es más cómodo. Decidí desviarme de mi camino habitual y tomar uno más largo para demorar aunque sea un poco mi llegada a casa. No me gusta mi casa. Me agrada el edificio, pero no el ambiente. Para ser más exactos, creo que no me gusta mi familia. Pero eso puede ser porque estamos demasiado tiempo juntos, y las relaciones simbióticas son más nocivas que alegres.
Caminé cuatro cuadras por Tuyutí y doblé a la izquierda en Colombia. Pasé por la gomería de Tony, que estaba con hambre de nuevos clientes. Habitualmente caen a esta hora, cuando se dan cuenta que tienen un clavo incrustado en la rueda mientras lavan el auto. Casi siempre es producto del trabajo del gomero. Tony va religiosamente todos los viernes a las cuatro de la mañana a la Avenida Pavón a tirar miguelitos que le resulten en clientela. Es un hijo de puta, un ladrón, pero yo le tengo cariño porque cuando agarro uno de sus clavos no me cobra el arreglo. Lo saludé y seguí mi camino. Caminé cuatro cuadras más por una calle vacía de casas bajas, donde al parecer todo el mundo menos yo estaba en medio de la siesta. El barrio estaba mudo y yo sin música para taparme los oídos.
Dejé el celular en casa. Me gusta desconectarme y hacer de cuenta que estamos en una época más simple, sin tanta sobrecarga de información inútil dando vuelta por las redes. Ya estaba a tres cuadras de mi destino y mientras llegaba a la esquina de Dinamarca el viaje se volvía cada vez mas simple, mas calmo y silencioso.
Justo después de cruzar la calle oí una voz a lo lejos. «¡Eh amigo!», me gritaron de la cuadra de enfrente. Paré y me di vuelta para ver quién era. Había un chico recostado en una esquina. El pibe estaba de equipo deportivo negro con una botella de cerveza en la mano. Lo vi y me volvió a gritar «¡Eh, amigo! ¡Vení!». Ahí me atacó la paranoia. Estaba seguro de que si me acercaba el flaco me iba a partir la botella en la cabeza y afanarme lo poco que tenía. Lo mire y le grité de una esquina a la otra «¡No!». Después me volvió a llamar. «Dale amigo, no te ortibes», dijo en un tono casi familiar. Lo vi de frente y le repetí «¡Ni en pedo, flaco! ¡No te conozco!» «Dale, vení. Vení y dame toda la guita.» Me retrucó, cada vez mas envalentonado. «¡Pero por qué no te vas a la puta que te parió! ¡Mira si voy a ir! ¡Levantare vos, vago!» Le respondí. «¡No, dale, veni! ¡Vení y dame la billetera! ¡Dale!» dijo ya casi como último recurso. «Ma si, ¡Andate a la concha de tu madre!¡Holgazán!» Sentencié y retomé mi curso.
Ahí empecé a caminar y fui lo más rápido posible. Mientras me alejaba, podía escuchar el eco de este haragán, que al parecer me quería robar sin mover un dedo, volviéndose más débil con cada minuto. Llegué a mi casa en dos minutos, asechado por el miedo de que el muchacho se hubiera dignado a levantarse, y me estuviera corriendo para cumplir con su tarea. Pero no fue así. Debo admitir que, si bien tuve un poco de miedo, este delincuente perezoso me empezó a generar algo de respeto. Sera quizás por no acomodarse a su rol tradicional y querer hacer la suya. Ahora, cada tanto, vago las calles de Valentín Alsina tratando de encontrarlo. Esta vez, quiero cruzarme de vereda y agradecerle por tanta magia.

Wednesday, November 12, 2014

El inadaptado de noviembre

              Perdí la noción del tiempo. No sabía si estaba ahí hace dos minutos o hace tres horas. Los ojos cerrados tampoco ayudaban, pero abrirlos es una falta de respeto. Y no quería quedar mal, por más que ella lo pudiera estar haciendo. El tiempo estaba raro, fuera de lugar. Estábamos en noviembre pero ese sábado parecía de agosto. Por alguna razón el viento sopla mucho más fuerte en medio de la ciudad que en cualquier otro lado. Creo que ya me explicaron por qué es así, pero nunca presto atención, siempre se me termina escapando ese dato. Igual la correntada no me golpeaba, ya que ella cubría mi cuello con las manos. Estábamos en una posición típica. Sus manos rodeaban mi cuello, las mías, su cintura. No quise aprovecharme. Ya lo hice antes y me fui solo con un golpe de revés en medio de la mejilla. No la quería cagar, necesitaba que esto saliera bien.
            Tenía una boca perfecta. Ambos sabíamos eso. Aunque no hizo alarde de ella, fue más bien modesta. Esos labios han sido el faro de los inadaptados e infelices que se cruzaron en su vida cada tanto. Yo soy inadaptado nada mas, en ese  momento no nunca habría podido ser lo otro. El roce de sus labios con los míos fue exquisito. Su lengua tenía gusto a cigarrillo. Pero no percibí sabor a alquitrán, brea u otras porquerías; sino a tabaco puro, como el de un cigarro fino hecho a mano. Hace dos semanas que dejé de fumar y esto parecía el parche justo. Quizás habrá sido por la nicotina residual, pero para mi fue otra cosa. El corazón me latía a mil por hora hasta que hicimos contacto. Luego se fue apaciguando, se fue acompasando al suyo. No es que fuéramos como uno o nada por el estilo, inconscientemente la copié para que no se avive de soltarme.
            Aunque tenía los ojos cerrados podía verla claramente. La imagen era de cuerpo entero. El vestido negro que llevaba puesto, su pelo rojo, sus anteojos, hasta sus zapatos y su collar. Casi fui omnisciente. Pude ver todo, sentir todo, pero no saber lo que ella pensaba. Me perseguía la idea de que estuviese haciendo todo esto para seguirme el juego. Que ella no veía el momento para soltarme y entrar al edificio para luego contar otra historia de una cita horrible a sus amigas. Igual no podía parar, me había vuelto adicto.
            En un momento me empecé a preguntar: « ¿Hace cuanto la estoy besando? ¿Ya van dos, tres, cinco minutos? ¿Cuando tengo que aflojar? ¿O espero a que ella intente soltarse?» Son muchas condiciones de mierda a tener en cuenta con uno en un estado casi narcótico. «Bueno, ya está», pensé, y me solté de la nada. Lo hice de forma brusca y patética. Si no la había cagado antes creo que con eso lo logré. Después de haber cortado el beso cruzamos miradas por unos segundos. Yo con cara de preocupado y ella con cara de sorpresa. Nos dijimos adiós, y de la nada ella me tiró de la camisa y me dio un beso más. Ese fue corto, un instante. Parece que me salí mucho antes de lo debido.
          Ella subió los escalones hacia la puerta del edificio, metió la llave en la cerradura y luego entró. Mientras trababa la puerta volvimos a cruzar miradas. Parecía estar conteniendo la sonrisa, como si tratara de parecer mas tranquila de lo que en verdad estaba. Unos minutos después, ya subido al colectivo camino a casa, se me fue todo el miedo. Me sentí un gigante. Esperé dos días para hablar con ella, como para darle un poco de tiempo. Primero le mandé un mensaje. Pasaron diez minutos y yo sin respuesta. Esperé diez minutos más y nada. Pasó media hora y la llamé. Marqué, espere a que atendiera. Pero al primer tono saltó un contestador que decía: «El numero solicitado esta fuera de servicio». Parece que cambió de número. Pero qué hija de puta.
  

Friday, October 17, 2014

A mama le gusta Almendra

            A mama le gusta Almendra. Perdón, con eso me quedo corto. Mama es fanática de Almendra. Se la pasa todo el día escuchando a Luis Alberto en su máxima expresión (para mi es mejor en Invisible, pero mejor no discutirle). Me sorprende que a sus cuarenta y tantos ame a un grupo de una era tan distante. Para mí, en su vida pasada, Silvia fue una groupie alocada de los inicios del rock argentino que murió muy joven. Seguro fue de una sobredosis en el verano del amor. Será por eso que ahora vive con pánico a las drogas. 
         De chico me contaba cuentos con el long play de fondo. Toda la vida me marcó a fuego los poemas de ese Luis adolescente, la estrella delirante que supo cargarse al hombro la tarea de iniciar el rock en español. Y a ella le encanta hablarme en verso desde bebe, como una poetiza; salvo cuando me caga a pedos, ahí es un tachero en hora pico. Y no la culpo, siempre fui un hijo horrible, pero en los últimos años me estuve rehabilitando. Ahora solo soy mediocre, y a ella le parece bien. Ella también quería que yo fuera flaquito y con una voz excesivamente aguda, pero salí grande, gordo y con la voz medio ronca; pero le salí guitarrista, así que tan mal no le fue.  
         Me acuerdo cuando me fui de casa por primera vez, cuando me fui a nueva York a ver si no volvía al país más que para una visita o para pasar las fiestas. Recuerdo que estábamos en Ezeiza y, mientras yo intentaba sacar una valija chiquita del fondo del baúl, a mi papa no se le ocurrió mejor idea que cerrarme el baúl en la cabeza. No fue tan grave pero había sangre por todos lados. Cuando uno se lastima siempre tiene una regresión, vuelve a ser niño por un minuto, mas si los padres están cerca. La muy delirante me llevó al baño de mujeres a arreglarme la cabeza. Entre gritos de viejas acaloradas y las risas de chicas jóvenes se puso a canturrear un tema, de Almendra claro esta. Todavía me acuerdo en carne viva el tacto de su mano por encima del paño húmedo, mientras ella cantaba Fermín, la canción del loco en el hospicio. A cualquiera le daría una vergüenza inaguantable, a mi no, pero porque ya estoy curtido.
         Después de recobrar la compostura y hacer los trámites para subir al avión, Silvia me dio una bolsa con unas cosas adentro. Me pidió que no la abriera hasta llegar a Central Park, pero lo hice ni bien me senté en la aeronave. Nunca fui de hacer caso, y no iba a comenzar en ese momento. Vi adentro de la bolsa de papel madera y me salió una carcajada. La mujer más que analógica es anacrónica. Bien entrados los 2000 y ella me manda un walkman con el cassette de Almendra 1. Ella es la encarnación de la locura inocente, del delirio sin maldad. Adentro había una nota y me puse a leerla:

«Querido niño dormido:

Seguro que como tenes hormigas en el culo ni siquiera despegó el avión  y ya estas leyendo esto. No importa, está todo bien. Quiero que te remontes al cielo para observar todo el hielo en la ciudad que nunca duerme. Quiero que pases por los campos verdes llenos de blanco y vivas todo lo que nosotros no pudimos. Figúrate que pierdes la cabeza, pero no nos pierdas de vista. Y si enconarás a tu muchacha en la gran manzana, por favor traela para acá, porque con nosotros siempre vas a ser el mismo. Cambiaras todo lo que quieras, pero siempre serás el mismo. Voy a tratar de dormir estos meses esperando tu carta, pero no se si podré. Voy a pensar en vos cuando mire la ciudad, así capaz mañana despierte con vos aquí cerca.  Mama».

         Nunca fuimos de decirnos «te quiero», somos muy fríos para eso. Pero el sentimiento existe y no necesitamos verbalizarlo. La muy enferma también quería una carta, porque el teléfono es muy avanzado para ella, pero no se puede con todo. Dejé la nota dentro de la bolsa, la guardé en mi mochila y después me tirè a dormir. Veinte horas después llegué a la verdadera jungla de asfalto. Dejé las cosas en el hotel y fui directo para el parque, siempre con el walkman encima y Luis en los oídos. Hacía un frío de cagarse y yo sin ropa de nieve. Casi me muero de hipotermia pero la música me generaba un calorcito en el pecho que mataba la baja temperatura. Se me escapó una lágrima en medio de «Laura Va» y en un instante se me congeló el llanto.
         Me sequé la cara y caminé un rato por el parque. Me fui de ahí, paré en una pizzería y me comí dos porciones para recuperarme un poco. En el último bocado me di cuenta de todo lo que faltaba para volver y me avive que no quería estar donde estaba. La muy hija de puta me hizo un juego mental y ahora quería irme de vuelta a Buenos Aires. Me compré una cerveza en un mini mercado y fui caminando hacia el hotel. Ya eran las ocho de la noche y me fui a dormir de inmediato. Me levanté a las seis de la mañana del otro día y me fui a sacar un pasaje de vuelta.
         Con el Edipo casi al palo me subí al primer avión con destino a Buenos Aires. No llamé a nadie. Quise darle una sorpresa, y así fue. Cuando me vio en la puerta se me cagò de risa en la cara. No se si la hice feliz o si le rompí las pelotas. La verdad con ella nunca se sabe. Quizás ella no tenga todo el mundo entre las manos, pero el mío lo tiene seguro.